Próximas proyecciones en el CineClub Imaginario

2011
enero
viernes 7
LA CLASE (ENTRE LES MURS) (Laurent Cantet)Francia, 2008
viernes 28
21 GRAMOS (Alejandro González Iñárritu)
EUA, 2003


Casa de la Cultura de Valencina (Sevilla) España, 20:30 horas. Entrada libre hasta completar aforo.

20090518

LIMBO (John Sayles) EUA, 2000. Viernes, 22 de mayo de 2009




Director: John Sayles. Intérpretes: David Strathairn, Mary Elizabeth Mastrantonio, Vanessa Martínez, Herminio Ramos y Kris Kristofferson. País: Estados Unidos. Año: 1999. Producción: Green/Renzi. Distribución: Columbia TriStar. Guión: John Sayles. Fotografía: Haskell Wexler. Música: Mason Daring. Duración: 126 minutos. Género: Drama. Público apropiado: Adultos


Imágenes de la película

Decía Carlos Boyero, tras la proyección de la LIMBO en el festival de Cannes:
"La distribución y la exhibición convencionales nunca podrán aceptar, y menos promocionar, a Sayles, un director inetiquetable, errante, perpetuo fuguista de cualquier compromiso comercial y mezquino, artista que se pasa la vida cruzando fronteras a la desesperada búsqueda de ozono, inventor de personajes a la deriva que buscan un hueco respirable en los pantanos de Florida, en el Oeste más perdido, en la isla de las Focas, en los bosques de Latinoamérica, en Groenlandia o en Alaska.

Inmortal

En la que fue tentadora, arriesgada y mítica Tierra del oro, donde el hambriento y enamorado Chaplin se comía unas botas con cuchillo y tenedor y soñaba con un amor inalcanzable en la inmortal La quimera del oro, se desarrolla Limbo, poblada por gente con un pasado que deja cicatrices profundas pero que no se ha permitido encanallarse o volverse ruin a pesar de tanto fracaso, gente que habla poco con la boca pero sugiere todo con su mirada y con su actitud, que sigue sin tirar la toalla, aunque su escepticismo vital les haga decir en una reveladora conversación o desolada autoconfesión: «Las mujeres son extrañas, los hombres son estúpidos, las noches y los inviernos son muy largos». Cuenta el encuentro entre una cantante adulta, hastiada y espléndida a la que ya no le queda tiempo para triunfar pero que sigue cantando por el estado de gracia que alguna vez halla al expresar sus sentimientos más íntimos mediante algunas canciones a los solitarios y escasos oyentes de los tugurios, y la comunicación que establece con ellos, su hija, una adolescente tan imaginativa como sensible y sufriente, y un viejo marino y gran promesa juvenil del baloncesto al que todo se le torció en la jodida vida, al que un accidente le privó de ser una estrella del deporte y otro más trágico, de su amado barco, con la consecuencia de que el segundo le hace arrastrar un imborrable sentimiento de culpa ya que en él murieron dos de sus mejores amigos.

Este insólito trío, al que rodean un digno e indigno zoológico de perdedores, llegará en las circunstancias más peligrosas, en medio de una indeseada aventura que acabará en una isla solitaria huyendo de los traficantes de drogas que pretenden cargárselos, a formar una especie de cálida e indestructible familia, lo que siempre buscaron en vano. John Sayles, que sabe tanto de la vida como del cine (por eso le amo, por eso me identifico con su obra), describe admirablemente la complicada relación de estas tres personas y nos deja con un final abierto, en el que es tan probable la salvación como la muerte, pero después de haber vivido intensamente lo que merece la pena ser explorado, de haber conocido una fugaz plenitud.

Equipo habitual

Para completar la fiesta, me encuentro con el habitual núcleo profesional de Sayles, que incluye a esos tíos con dos cojones llamados David Strathairn y Kris Kristofferson (nunca olvidaré, Billy The Kid, tu protector y épico abrazo en medio de la indiferencia de Dylan y de sus colegas a la blasfema calva, a la acorralada y a punto de linchamiento Sinnead O'Connor) y de la hermosísima Mary Elizabeth Mastrantonio, perteneciente a ese enamorable grupo de mujeres que incluye a Genevieve Bujold o a la difunta Rommy Schneider, que si de jóvenes eran guapas a secas, a medida que envejecen alcanzan el aura de las diosas."

20090504

UNDERGROUND (Emir Kusturica) Yugoslavia, Francia, Alemania, Hungría, 1995. Sábado 9 de mayo de 2009. 20:30h.


GENERO: Drama bélico

AUDIO: Serbocroata SUBTITULOS: Español

DIRECCION: Emir Kusturica

GUION: Dusan Kovacevic y Emir Kusturica

MUSICA: Goran Bregovic FOTOGRAFIA: Vilko Filac (Color) MONTAJE: Branka Ceperac PRODUCCION: Pierre Spengler

SONIDO: Marko Rodic DURACION: 165 minutos

Secuencia de la película

Enlace a encadenados.org con un magnífico trabajo de documentación y crítica por parte de Lucía Solaz

Una guerra no es una guerra hasta que el hermano mata al hermano”.

Tras la Primera Guerra Mundial, Francia e Italia estaban interesadísimas en que no se reconstruyera el Imperio Austro-Húngaro (tan grato para Luis G. Berlanga), y al mismo tiempo toda Europa sentía miedo de que, de pervivir el mapa político de los Balcanes que, en buena medida, había sido el causante de la conflagración mundial, la historia no tardara mucho tiempo en repetirse (como así fue de todos modos, y agravada, aunque por otras causas). Georges Clemenceau, el ‘Tigre’, Presidente de la República Francesa, apoyado por Orlando, el Presidente italiano, tuvo la ‘genial’ idea de crear un nuevo Estado donde tuvieran cabida todas esas naciones liberadas del hundimiento del Imperio Otomano que conservaban a duras penas su independencia ante la avaricia de Austria o Rusia, pensando en que un Estado fuerte y unido podría hacer frente mejor a esas amenazas, e incluso servir como un potente aliado a occidente en la zona. Así nació Yugoslavia en 1918, como la casa de todos los eslavos (a los cientos de miles que no lo eran, nadie les preguntó), y se puso la semilla de uno de los conflictos más enquistados y crueles de los últimos años.

“Una guerra no es una guerra hasta que el hermano mata al hermano”. Esta escalofriante frase la pronuncia Marko, antiguo poeta y político advenedizo, indefenso en su silla de ruedas, una vez que su hermano le ha molido a palos enmedio de un combate en la antigua Yugoslavia y durante la guerra que supuso la liquidación del país.

Underground, película absolutamente imprescindible para entender la narrativa cinematográfica de ese genio del panorama europeo que es Kusturica, relata, mientras hace un repaso por la historia de Yugoslavia en los cincuenta años que van del final de la Segunda Guerra Mundial al estallido del conflicto de los Balcanes en los noventa, la historia de Marko y Petar, inspirados en personajes reales de la historia yugoslava de la era de Tito, ladrones y guerrilleros durante la ocupación nazi del país iniciada en 1941, y Natalija, actriz en ciernes en esa misma época y amante de Petar, y el devenir de esta relación a tres bandas a lo largo del tiempo, todo ello pasado por continuas y deliciosas escenas de bailes y música de viento propios del cine de Kusturica (Mesecina, pedazo de canción), de bodas celebradas con música, alcohol y comida sin límites, abundantes toques de humor, surrealismo y absurdo, y los habituales guiños cinéfilos del director.

Marko, a causa del amor que siente por Natalija, se aprovecha de las circunstancias para ocultar a Petar y a muchos otros, incluyendo a su propio hermano, Jovan, en el enorme, gigantesco sótano de la casa de su abuelo (cabe hasta un blindado), y se las arregla para mantenerlos ahí una vez terminada la guerra mintiéndoles acerca del curso final de la misma y logrando que se dediquen a la fabricación de armas, con las cuales él comercia y llega a alcanzar una cuantiosa fortuna.
Durante décadas permanecerán todos ellos encerrados en el sótano mientras Marko se lleva la gloria de la victoria contra los alemanes y asciende rápidamente en el escalafón de la Yugoslavia comunista del mariscal Tito.

El azar, el alcohol y un chimpancé se aliarán para que años más tarde por fin Petar pueda salir a la calle y comprobar que las cosas no han cambiado desde su encierro (la casualidad quiere que nada más salir vaya a parar a un set de rodaje donde se filma una película precisamente sobre su vida y supuesta muerte en la Segunda Guerra Mundial, con actores y figurantes vestidos de soldados alemanes, auspiciada por Marko, que ha creado un aura de heroísmo en torno a Petar, que para el resto del país está muerto, todo lo cual proporciona unos momentos de comedia de muchos kilates), y así será para él incluso hasta el momento en el que estalla la guerra que sellará el certificado de defunción para Yugoslavia, pues él sigue creyendo que combate contra los fascistas (confusión aparentemente intencionada por parte del autor, estableciendo un símil entre los nazis y los combatientes de aquella guerra reciente, muy dados ellos a las limpiezas étnicas).

La película es tan rica que cualquier intento de sinopsis se convierte en un ejercicio bastante torpe, porque el hilo argumental aquí expuesto se ve enriquecido con la maravillosa música de Goran Bregovic, las poderosas imágenes, los intentos de Marko por manipular la realidad de los que se esconden en el sótano, simulando alarmas y bombardeos, la simbología apenas disimulada de muchos pasajes (el Cristo invertido del final de la película o los animales que aparecen, gansos, caballos o gatos, recurrentes en toda la filmografía del director), la crudeza de otros (el bombardeo del zoológico) y la absorbente magia de los más (los recorridos por las alcantarillas, los bailes, la música de los trombones y las trompetas), pero sobre todo, con las imágenes de archivo que Kusturica utiliza para ilustrar las diversas partes que establece en la narración (1ª - La guerra, 2ª - La Guerra Fría y 3ª - La Guerra, que subrayan la triste historia del país desde su invención), a veces introduciendo a sus propios actores con tecnología digital en los propios documentos históricos: imágenes de ciudades ocupadas por los nazis en 1941 y con el pueblo en las calles celebrándolo brazo en alto, ciudades derruidas, muertos y destrucción por doquier, imágenes también de la época de Tito, con los desfiles, los uniformes, el pueblo feliz y contento, y por último, los documentos visuales sobre la muerte del mariscal, los líderes mundiales que acudieron a las honras fúnebres (Ceaucescu, Breznev, Hussein de Jordania, Arafat, Helmut Schmitt, el Duque de Edimburgo, etc.), y toda una serie de imágenes precursoras del desastre que se avecinaba en un futuro no muy lejano, todo ello acompañado por los inmortales acordes de Lili Marleen, la canción ‘oficiosa’ de la Segunda Guerra Mundial, cantada por todos los ejércitos en todos los idiomas, y que llevó a la gloria Marlene Dietrich.

Pero la película es tan rica y compleja que resulta imposible catalogarla en ninguna de las categorías establecidas: es un drama con partes de comedia, de acción, pero también un musical, una película política, y sobre todo, una historia que desprende nostalgia y amargura. Lo que se desprende de ella es una reflexión en la que pueden verse dos cuestiones principales. En primer lugar, la crítica de la guerra como medio para la resolución de conflictos, pero también su aceptación como último medio cuando todos los demás han fracasado (el propio Kusturica se retrata como operador de fuego en una de las baterías de artillería que disparan al final de la película), lamentando, no obstante, las consecuencias de la misma: muertos, familias rotas, destrucción, países arrasados y ausencia de felicidad y bienestar durante generaciones. En segundo lugar, la película destila nostalgia por la patria desaparecida, por Yugoslavia tal como fue entre 1918 y los años noventa, ruptura de la que responsabiliza a las díscolas repúblicas de Eslovenia, Croacia y Bosnia. (39 escalones)