Aquí podéis ver la película completa de nuevo
Título original: PROMISES
Género: DOCUMENTAL
Escritor/a, Productor/a, Director/a: JUSTINE SHAPIRO y B.Z. GOLDBERG
Codirector y montaje: CARLOS BOLADO
Nominada al Oscar al Mejor Documental 2002
Rotterdam International Film Festival. Premio de la Audiencia, Mejor Película
Munich Film Festival. Premio Libertad de Expresión.
Jerusalem Film Festival. Premio Especial del Festival.
Locarno Internacional Film Festival. Premio especial del jurado.
San Francisco International Film Festival. Premio de la Audiencia. Mejor Documental.
Vancouver International Film Festiva. Premio de la Audiencia.
Hamptons International Film Festival. Mejor Documental.
Sao Paulo International Film Festival. Premio de la Audiencia. Mejor Documental.
Valladolid International Film Festival. Mejor Documental.
Paris International Film Festival (Rencontres). Premio de la Audiencia a Mejor Película.
El conflicto Palestino-Israelí visto por los niños. Documental rodado en Israel y Palestina. Hablan niños y niñas de ambas partes con tal sinceridad que parece que las cámaras estén ausentes, esta sinceridad propia de los niños nos acerca a comprender, sin tapujos políticamente correctos, la realidad que viven y la tensión que entre ellos existe sin siquiera conocerse.
Muy recomendable para quienes quieran trascender la versión mediática de este conflicto.
Sinopsis
Siete testimonios infantiles sobre lo que significa crecer en Jerusalén. Yarko y Daniel son dos mellizos israelíes interesados en el ejército, la religión y el voleibol. Mahmoud es rubio, de ojos ozules y partidario de Hamas. Le enseñan el Corán en el colegio como un manifiesto por la causa palestina. Su familia es dueña de una tienda de café y especias en el barrio musulmán de la ciudad vieja desde hace 3 generaciones; Shlomo, un niño judío ultra-ortodoxo reza ante el muro occidental. Shlomo estudia el Torá 12 horas al día; Sanabel, una refugiada palestina, proviene de una familia de árabes secularizados. Es bailarina y cuenta la historia de su pueblo a través de la danza tradicional palestina. Su padre, periodista, permaneció encarcelado en una prisión israelí durante dos años sin juicio; Faraj es un refugiado palestino que vive en el campo de refugiados de Deheishe. A los cinco años vio cómo un soldado israelí mataba a un amigo suyo; Moishe, un colono israelí de extrema derecha resume la esencia del conflicto: "Dios dio a Abraham la tierra pero los árabes llegaron y se apoderaron de ella". Los niños se conocen: Cuando Yarko y Daniel ven una foto Polaroid de Faraj surge su curiosidad. Preguntan: "¿Por qué no le visitamos?". Faraj no quiere saber nada de los niños israelíes hasta que Sanabel le reta: "No conozco a ningún niño palestino que haya intentado explicar nuestra situación a un israelí". Dando un paso que coge por sorpresa a los cineastas (y al público), Faraj inicia un encuentro con Yarko y Daniel. Los mellizos viajan al campo. Es la primera vez que han conocido a alguien del "otro lado". Comparten una comida y empiezan a intimar. Pero la promesa de amistad tiene corta duración dado que los obstáculos culturales y físicos frustran sus esperanzas de intimar. Dos años más tarde en un reflexivo y honesto epílogo, los niños, ahora de trece y quince años, comparten sus puntos de vista sobre "el otro", sus pensamientos sobre la posibilidad de conocerse y sus sueños para el futuro.
La hierba que sufre
Yarko, Daniel, Mahmoud, Shlomo, Sanabel, Faraj, Moishe. Siete niños -judios unos, palestinos los otros- que viven a escasos minutos. Siete niños separados, sin embargo, por la vertiginosa distancia creada por la historia de sus respectivos pueblos. Por años de violencia, terror y desarraigo. Por una cotidianidad marcada por el adoctrinamiento, el prejuicio, el fanatismo. Siete niños convertidos, en el magnífico documental Promises, en portavoces de un sector de población especialmente vulnerable al que nadie pide opinión, y en protagonistas de una experiencia reveladora: vivir, aún durante un breve espacio de tiempo, el descubrimiento del “otro”.
La nominación de este trabajo al Oscar de 2002 como Mejor Documental no es sino el justo reconocimiento a la decencia, valentía y habilidad narrativa demostradas por sus tres codirectores : la californiana Justine Shapiro, el bostoniano B.Z. Goldberg (interlocutor de los chavales ante la cámara) y el mejicano Carlos Bolado (responsable también del montaje, cuyo dominio ha demostrado en Como agua para chocolate o en Amores perros.
Rodado entre 1997 y 2000 -esto es, en un periodo de relativa calma, antes del inicio de la Segunda Intifada-, incluye algunas secuencias añadidas dos años después, cuando la reactivación del odio y su cosecha de dolor abren fisuras en la esperanza de los tempranos adolescentes.
El trío realizador nos sumerge en la vida de la abigarrada Jerusalén y en la de los campos de refugiados situados en su entorno con una notable inteligencia; esto es, descubriéndonos la pavorosa complejidad del conflicto palestino-israelí sin obviar ninguno de sus matices, sin construir un discurso unidireccional, abandonándose con toda sabiduría a la espontaneidad de sus personajes. Su recorrido por ese universo en el que son omnipresentes las armas, la amenaza latente o el recuerdo de las víctimas de uno y otro lado, desborda de esa manera emoción y sinceridad. Derrocha también un cálido humor y hallazgos narrativos tan brillantes como un improvisado duelo de eructos o la cómica declaración de principios de una princesilla atrapada por dos sillas apilables.
Hijos de judíos liberales descendientes de víctimas del nazismo o de rabinos integristas, hijas de militantes presos o de colonos sionistas, habitantes de los barrios árabe o judío de Jerusalén, de campos o de asentamientos... los niños ofrecen el reflejo nítido del laberinto iniciado aquel ya lejano 29 de noviembre de 1947, cuando la ONU aprobó partir el territorio recién abandonado por Gran Bretaña en dos zonas, una israelí y otra palestina.
El deseo de un futuro mejor, representado en la imagen de un recién nacido envuelto en una manta de voluntarista estampado, no oculta una realidad que tiempo atrás apuntaba el filósofo George Murrel: “cuando dos elefantes se pelean, es la hierba la que sufre”